AGENDA. Ver: 28 días en huelga de hambre. Agenda de las próximas acciones de apoyo a Aminetu Haidar
EL PAÍS
13 de diciembre de 2009
REPORTAJE: "REGRESARÉ"
"Si cedo, expulsarán a muchos saharauis igual que a mí"
Por la noche Aminetu Haidar revive. En un cuchitril de Lanzarote, escenario de su huelga de hambre, recibió a EL PAÍS. Habló de su salud, de sus hijos y, sobre todo, de su lucha como activista
"Mientras mi tierra esté ocupada, el ocupante, Marruecos, tiene la obligación legal de darme un pasaporte"
"Sé que mi madre hace lo imposible para evitar que mis hijos vean imágenes mías en las televisiones españolas"
"Si fallezco, el Gobierno español deberá asumir la responsabilidad moral del desenlace"
IGNACIO CEMBRERO 13/12/2009
Los amigos saharauis y españoles que la rodean prodigan múltiples consejos al periodista antes de permitirle pasar al cuchitril donde se aloja Aminetu Haidar, que ese día cumplía 26 días en huelga de hambre. "Haz pocas preguntas y vete al grano porque le supone un gran esfuerzo mantener una larga conversación", le aconsejan. "Vendremos a sacarte a los pocos minutos para que no nos la agotes", le advierten. "Está muy débil", le insisten.
Familias saharauis y simpatizantes españoles montan una especie de guardia permanente ante la puerta del pequeño edificio, frente a la parada de autobuses turísticos situada entre las dos terminales del aeropuerto de Lanzarote. Haidar toca, cuando les necesita, una pequeña campana y acuden a atenderla para, por ejemplo, llevarla al baño en silla de ruedas.
Es entonces cuando los fotógrafos la retratan, pero siempre sin flash para no deslumbrarla. Al aire libre, bajo el techo de la parada, se ha improvisado incluso un pequeño centro de prensa. Es ahí donde los numerosos políticos, sindicalistas, artistas e intelectuales que visitan a Haidar hacen a la salida su breve declaración solidaria.
Lleva 26 días en huelga de hambre cuando el periodista entra en lo que fue una habitación, sin ventanas, en la que los chóferes de los autobuses que trasladan turistas al aeropuerto de Arrecife depositaban sus bultos. Haidar, de 42 años, está tumbada en el suelo, pero no ha perdido nada de su agilidad mental, aunque su voz es algo más débil. Muestra la misma vivacidad al hablar que cuando la vi por última vez, hace mes y medio, en una cafetería de Madrid. La conversación se desarrolla en francés, un idioma que le cuesta menos hablar que el castellano, que chapurrea con dificultad.
"Aguanto, voy tirando", contesta a un comentario sobre su aparente robustez mental. "Pero desde hace cuatro días ya no puedo leer periódicos", se lamenta. "Me canso mucho al fijar la vista", añade. "Así que me entero de la actualidad por los resúmenes orales que me hacen mis amigos. Además, no soporto la luz. Y eso que vengo del lugar más luminoso del mundo: el Sáhara".
Es de noche y en el cuartucho sólo hay una pequeña lámpara encendida con la que el periodista apenas logra leer las notas que va tomando. Una gran alfombra cubre el suelo. Haidar está tumbada sobre una colchoneta junto a dos pequeñas botellas que contienen agua con azúcar, el único alimento que ingiere. El cabecero de su camastro consiste en una gran foto suya con sus dos hijos, de 13 y 15 años.
Vivía con ellos en El Aaiún, la capital del Sáhara Occidental, hasta que el 14 de noviembre pasado fue expulsada por la policía marroquí tras permanecer detenida 24 horas en el aeropuerto al regresar de un viaje a EE UU, donde recibió el Premio al Coraje Civil 2009 de la Fundación Train, y a España. En el hospital de La Paz de Madrid se sometió a una revisión médica. Padece, entre otras dolencias, de una úlcera sangrante y de un problema de espalda.
Son las secuelas de los cerca de cuatro años que estuvo encarcelada, en penales secretos en los que fue torturada, durante el reinado del rey Hassan II. Con su hijo, Mohamed VI, fue de nuevo enviada a prisión en 2005, pero sólo siete meses. Fue entonces cuando, en la Cárcel Negra de El Aaiún, hizo su primera huelga de hambre: duró más de un mes, para tratar de obtener el estatus de presa política. No lo consiguió, pero si logró alguna mejora de su situación carcelaria.
El tono de voz de Haidar es más apagado que hace unos meses, pero mantiene casi intacta su sonrisa, incluso cuando arremete con gran dureza contra sus enemigos. Sólo se le quiebra la afabilidad de su expresión cuando evoca a sus hijos. Su rostro se torna triste. "Me duele el corazón cuando me acuerdo de ellos", confiesa esta mujer a la que le cuesta hablar de sus sentimientos y prefiere hacer hincapié en su lucha.
"Últimamente ya no hablo con ellos por teléfono", señala. "Es demasiado duro para todos". "Sé que mi madre hace lo imposible para evitar que vean en las televisiones españolas -la señal de Canarias se capta en El Aaiún- imágenes mías". "Así lloran menos". "Mi hija, de 15 años, escribió la carta pidiendo ayuda para su madre, pero mi hijo, de 13, quería ponerse en huelga de hambre". "Le convencí de que no lo hiciera". "Les dije que nos abrazaremos de nuevo cuando vuelva a El Aaiún".
¿Pero usted no está segura de poder regresar? "Viva o muerta regresaré", responde sin separarse de su sonrisa. ¿No sería preferible, para la causa del independentismo saharaui que usted permaneciera viva? Haidar, por una vez, titubea: "Quizá". Pero se apresura a añadir: "Pero también está mi dignidad, mi lucha legítima por un derecho individual, el de volver a mi patria, a mi ciudad, a mi casa". "Sólo entonces dejaré la huelga de hambre". "Si yo cedo es posible que expulsen de la misma manera a otros muchos saharauis".
-Llegará un día en que ya no esté en posesión de sus facultades. El Gobierno español intentará entonces que, mediante una decisión judicial, usted sea alimentada a la fuerza en un hospital.
-Haré, con la ayuda de mis abogados, todo lo posible por evitarlo. He firmado un escrito para tratar de impedirlo. No voy a revelar ni de qué tipo de documento se trata, ni cuál es su contenido.
-¿Qué es más duro: hacer una huelga de hambre en una cárcel marroquí o en un aeropuerto español?
-Aquí , porque nunca me hubiese imaginado verme obligada a recurrir a ella en un país democrático como España. Pero es la única forma de protesta eficaz a mi alcance. Nunca pensé que España sería cómplice de Marruecos aceptando mi expulsión de El Aaiún, impidiéndome viajar a mi ciudad desde Lanzarote .
El Gobierno incumplió así, según ella, el Pacto de Derechos Políticos y Civiles suscrito por España. El artículo 12 del pacto, también firmado por Marruecos, estipula que nadie puede ser privado arbitrariamente del derecho a entrar en su propio país.
Pero el Gobierno español le ha ofrecido todo cuanto estaba a su alcance desde el estatus de refugiada, hasta la nacionalidad española, e incluso un piso. "Pero yo no quiero ser española; soy saharaui, y mientras mi tierra esté ocupada, el ocupante, Marruecos, tiene la obligación legal de darme un pasaporte", replica. "No hay que darle más vueltas".
Tuvo durante tres años (2006-2009) un pasaporte, gracias a las gestiones de la Embajada de EE UU en Rabat, hasta que la policía marroquí se lo quitó el 14 noviembre, pero, curiosamente, le dejó el carné de identidad. También posee una tarjeta de residencia en España concedida en 2006 para que pueda recibir atención médica.
El Gobierno -le insisto- ha intentado que usted vuelva. Incluso el 3 de diciembre subió a un avión español, junto con el director del gabinete del ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, que debía volar desde Lanzarote a El Aaiún, pero no obtuvo la autorización política marroquí para aterrizar. "Son esfuerzos tardíos e insuficientes", objeta.
"El ministro español de Exteriores ha puesto hasta ahora más empeño en hacerme aceptar sus ofertas para que me quede aquí que en presionar a Marruecos para que vuelva", sostiene Haidar. "Y eso es para mí una gran decepción". Ni siquiera el timbre de los móviles que suenan a su alrededor la desconcentran cuando expone sus reivindicaciones. "Si quiere repasamos las teclas que puede tocar España para convencer a Marruecos", prosigue. "Por eso, si fallezco, el Gobierno español deberá asumir la responsabilidad moral del desenlace".
Hay algo, sin embargo, que hace más llevadera su huelga en España que la que mantuvo hace cuatro años en El Aaiún. "Los integrantes de la plataforma que me apoya ya no son amigos solidarios, ya son como mi familia", asegura Haidar. "Y después están todos aquellos miembros de la sociedad civil y políticos que me visitan y me dan ánimos". "Todos me ayudan a continuar".
A Haidar esos apoyos no le han extrañado, pero sí le sorprende agradablemente el eco que su reivindicación tiene en la prensa. "Eso sí que no me lo esperaba, que me dedicaran tanto espacio", recalca. "Hasta ahora los medios de comunicación no se ocupaban de nuestra causa, pero finalmente la han descubierto", se alegra. "¡Ya iba siendo hora!".
La independentista saharaui sospecha que, entre otras razones, la prensa hacía poco caso a los saharauis porque el Gobierno español estaba empeñado en sepultar el contencioso "para no molestar a Marruecos". "Moratinos no sólo ha dado la espalda al conflicto, sino que no ha movido un dedo en defensa de los derechos humanos en el Sáhara Occidental", se lamenta. "Se quiere olvidar que fue colonia española y que, según la doctrina de la ONU, España sigue ostentando la soberanía y la Administración, aunque no la pueda ejercer".
"Si España hubiese hecho los deberes en el Consejo de Seguridad, la Minurso [contingente de Naciones Unidas en el Sáhara] tendría competencias en materia de derechos humanos", asegura. "Y en consecuencia, habría evitado mi expulsión". "Con mi presencia aquí, España paga el precio de su inacción en foros internacionales como la ONU", sentencia. Creada en 1991, Minurso es la única fuerza de paz de Naciones Unidas cuyo mandato no abarca los derechos humanos.
"Pero mi caso es sólo la punta del iceberg de lo que sucede en el Sáhara", afirma. Alí Salem Tamek, "el vicepresidente de mi asociación de defensa de los derechos humanos (Codesa), lleva dos meses en la cárcel de Salé , junto con otros seis saharauis, por haber visitado los campamentos de refugiados de Tinduf" (suroeste de Argelia). "Todos ellos van a ser juzgados por un tribunal militar marroquí" por colaboración con el enemigo. Nunca, hasta ahora, durante el reinado de Mohamed VI, se habían sentado civiles en el banquillo de un tribunal castrense.
"Sabe que mis hijos, mi madre, mi hermano, mi familia viven en El Aaiún en casas cercadas por la policía marroquí", se indigna. "Es como si estuvieran sometidos a un arresto domiciliario colectivo y permanente". "Pero eso", se lamenta, "ningún Gobierno, ninguna institución pública lo denuncia en Europa".
Haidar está cansada. Una visitante se despide entregándole un regalo. "Es un dulce", bromea alguien en el cubículo. La activista pone cara de desconcierto. "No, es un perfume", precisa la mujer que le entrega el paquete, comprado en un aeropuerto de París. Haidar recupera su sonrisa: "Eso me gusta más".
La voluntad y la fuerza
Aminetu Haidar se ha convertido en el símbolo del Sáhara oprimido. Su lucha le ha costado sufrir vejaciones, cárcel y hasta un divorcio, pero le ha proporcionado reconocimiento internacional. Canarias es el escenario de su último pulso con el Gobierno de Marruecos
TOMÁS BÁRBULO 13/12/2009
Aminetu Haidar tenía nueve años cuando el coche que conducía su padre se estrelló contra un camión en la carretera que une las localidades marroquíes de Tan Tan y Guleimín. Ocurrió en noviembre de 1975, al mismo tiempo que Hassan II ocupaba el Sáhara Occidental. En aquella época, era relativamente habitual que los enemigos políticos del entonces rey de Marruecos muriesen empotrados contra camiones. Aún hoy, Haidar está convencida de que su padre fue asesinado. Aquella tragedia marcó su vida y decidió su futuro político.
La mujer que ha colocado en primer plano el olvidado conflicto del Sáhara, conmueve a la opinión pública española y hace zozobrar las relaciones entre España y Marruecos, vino al mundo en 1967 en Akka Centre, un pueblo situado en la remota región de Tata, a casi mil kilómetros al noreste de El Aaiún. El hecho de que naciera en pleno Marruecos, tan lejos del territorio cuya independencia defiende, no pasa de ser una anécdota biográfica. Sus padres vivían en la localidad de Tan Tan, una antigua colonia española situada al norte del Sáhara Occidental. Pero cuando Aminetu estaba a punto de nacer, su madre cumplió la tradición beduina que manda a las mujeres dar a luz al primer hijo en compañía de sus progenitoras.
Ali Haidar y su esposa, Darya, tuvieron cuatro hijos (dos chicas y dos chicos). Tras el fallecimiento de su marido, Darya se trasladó con sus cuatro vástagos de Tan Tan a El Aaiún. Era el año 1976. Allí volvió a casarse y tuvo tres hijos más. Aminetu fue una niña alegre y nerviosa. Así la recuerda Bachar Ahmed Haidar, su tío paterno, que era entonces alto funcionario del Ministerio del Interior de Marruecos: "Siempre fue la primera de su clase", afirma. Amigas suyas aseguran que era muy aficionada a los deportes y que nadaba regularmente en la piscina municipal de El Aaiún.
Marruecos y los independentistas del Frente Polisario libraban, en aquella época, una guerra terrible y cientos de saharauis desaparecían en las cárceles de Hassan II. Sin embargo, no existe constancia de que Aminetu, miembro de una familia acomodada que mantenía buenas relaciones con Rabat, mostrara especial atención a lo que sucedía ante sus ojos. Su caída del caballo se produjo en el verano de 1987. Tenía 20 años, acababa de terminar el bachillerato y, como premio a su aplicación, fue enviada de vacaciones a Canarias. En el archipiélago entró en contacto con miembros del Polisario. "Allí descubrió la verdad de lo que estaba pasando a su alrededor", cuenta una prima suya. De vuelta a El Aaiún, comenzó a trabajar con los resistentes independentistas. Pero su labor política sólo duraría dos meses.
Una comisión conjunta de Naciones Unidas y de la Organización para la Unidad Africana había anunciado su visita al Sáhara con el fin de elaborar un plan de paz. Era la primera delegación internacional que iba a viajar al territorio desde que España lo abandonara, en 1975. Los resistentes independentistas, Aminetu entre ellos, comenzaron a repartir banderas del Polisario y a confeccionar pancartas para manifestarse ante los dignatarios. Estaban convencidos de que las autoridades marroquíes no se atreverían a actuar contra ellos bajo el foco de la opinión pública extranjera. "No calculamos bien nuestras posibilidades", recuerda Djimi El Ghalia, amiga íntima de Aminetu y también activista. "Marruecos comenzó a detenernos cuatro días antes de la llegada de la comisión". Más de 400 personas fueron arrancadas de sus casas.
A las 3.30 del 21 de noviembre de 1987, llamaron a la puerta de Aminetu. Un tío suyo, hermano de su madre, acompañaba a los policías. Fueron muy correctos: informaron a la familia de que se llevaban a Aminetu para interrogarla, pero que en unos 20 minutos la muchacha estaría de vuelta. Sin embargo, cuando el coche policial dobló la primera esquina, los agentes le ataron las manos, le vendaron los ojos y le metieron la cabeza entre las piernas. Durante casi cuatro años, Aminetu desapareció del mundo. Sólo después de su liberación averiguaría que había estado cautiva en pleno centro de El Aaiún, junto al cine Las Dunas, en lo que durante la época española fue el cuartel de Artillería.
Aminetu fue encerrada junto a otras nueve mujeres y 50 hombres en un recinto de cuatro habitaciones que carecían de puertas entre ellas y en el que la única luz entraba por un angosto ventanuco situado en el techo. Todos debían llevar los ojos vendados para que no pudiesen reconocer a sus carceleros, nunca les permitían lavar sus ropas y jamás recibieron atención médica. El repertorio de interrogatorios era amplio: Aminetu, desnuda, era atada con una cuerda desde los tobillos hasta el cuello sobre una mesa estrecha; sus guardianes le ponían en la cara un trapo sucio sobre el que vertían una solución de detergente, heces y orina hasta que ella se asfixiaba. También le amarraban las manos tras las rodillas, le pasaban un palo tras las corvas y la colgaban del techo mientras la golpeaban con porras. Y le colocaban cables en los pezones y la sometían a descargas de electricidad. Pero ella asegura que lo peor no fue eso, sino los nueve meses que la mantuvieron aislada de sus compañeros. "Creía que nunca iba a salir de la cárcel", declaró hace dos semanas a este periódico.
Durante aquel periodo animó a los otros presos a hacer una huelga de hambre. Sólo resistieron una noche. A la mañana siguiente, cuando los policías comprobaron que no habían tocado la cena, entraron en las celdas con palos y perros y los obligaron a ingerir el desayuno.
"En aquel lugar, Aminetu estuvo siempre enferma", relata su compañera de cautiverio Djimi El Ghalia. "Tenía epilepsia, hemorroides, gastritis y reuma. Las piernas no la sostenían cuando quería ir al servicio. En una ocasión se le paralizó todo el cuerpo. Avisamos a los guardias para que llamaran a un médico, pero nos contestaron: 'Déjala hasta que se muera y entonces nos avisas para que nos llevemos el cadáver". Cuatro de sus compañeros fallecieron en aquella prisión; otro más murió en el hospital dos días después de ser puesto en libertad. La salud de Aminetu quedó muy quebrantada y, ya en libertad, tuvo que someterse a varias operaciones.
Cuando salió de prisión, era otra. "Más comprometida, más decidida y también más obstinada", recuerda una amiga. También más religiosa: acudía regularmente a la mezquita, cumplía con todas las oraciones, practicaba el ayuno fuera del Ramadán y leía el Corán habitualmente. Un año después de ser puesta en libertad, en 1992, se casó con un compañero de cautiverio, El Kassimi Mohamed Ali, y se trasladó a vivir a la casa de su suegro, en la parte antigua de El Aaiún. Fue entonces cuando comenzó su tarea de denuncia de las violaciones de los derechos humanos de los saharauis. Antiguos presos y familiares de desaparecidos fueron organizándose poco a poco para dar a conocer sus historias a la opinión pública internacional. En esa tarea supieron beneficiarse de la tímida apertura política iniciada por las autoridades de Rabat para mejorar su imagen internacional.
La obsesiva dedicación a ese trabajo hizo mella en la vida familiar de Aminetu. Había dado a luz dos hijos: Hayat, que ahora es una adolescente de 15 años, y Mohamed, que tiene 13. Ambos estudiaban en Ennahj El Jadid, uno de los mejores colegios privados de El Aaiún. Su directora, Hajbouha Zoubeir, recuerda que tenían "un carácter difícil": dibujaban la bandera del Frente Polisario en sus cuadernos y se negaban a cantar el himno marroquí. "Hablé con Aminetu y le comuniqué lo que ocurría. Mi opinión era que el ambiente familiar en su casa estaba demasiado politizado. Ella dijo que lo pensaría y, finalmente, optó por cambiar al niño de colegio". Su militancia también afectó a su matrimonio. Así lo reconoció ella a este periódico: "La policía nos convocaba a mi marido y a mí continuamente por mi trabajo. Eso provocaba problemas". En 1999 se divorciaron. Aminetu se trasladó con sus hijos a la casa de su madre, una vivienda de dos pisos, que parece haber sido construida en una noche, en el humilde barrio de Zemla. Y se volcó aún más en su compromiso político.
Durante los años siguientes, la figura pública de Aminetu Haidar fue creciendo. Fundó una ONG llamada Colectivo de Defensores de los Derechos Humanos en el Sáhara y supo aprovechar las ventajas que ofrecía Internet para difundir sus denuncias. Pero fue el 17 de junio de 2005 cuando se convirtió en la figura emblemática de los saharauis que habitan en el territorio ocupado por Marruecos.
Aquel día había organizado una sentada en memoria de Basir Mohamed, Basiri, el primer líder independentista saharaui, asesinado por el Ejército español en 1970. Cuando los manifestantes estaban llegando al lugar, la policía cargó contra ellos. Un agente estrelló su porra contra la cabeza de Aminatu y le abrió una gran brecha. La sangre le corría por el rostro, y la melfa amarilla que llevaba se tiñó de rojo. Antes de llevarla al hospital, sus compañeros le hicieron una foto -un dramático primer plano- y la difundieron por Internet. Tal vez aquella imagen no hubiera tenido tanta repercusión si Aminetu no hubiese sido detenida horas más tarde, a la salida del hospital en el que acababan de hacerle una cura.
Fue encerrada en la Cárcel Negra de El Aaiún bajo la acusación de formar parte de una banda criminal. Y entonces ella lanzó su desafío: comenzó una huelga de hambre para que la juzgaran por un delito político, no por uno común. Rechazó las visitas de sus familiares y ayunó durante 47 días. Al calor de su ejemplo, estallaron disturbios en las principales ciudades del Sáhara. La policía cargó con saña contra los alborotadores y hubo decenas de detenciones. Tras siete meses de lucha, las autoridades de Rabat cedieron a las presiones internacionales: en enero de 2006 fue puesta en libertad, y dos meses más tarde las gestiones de Estados Unidos lograron que Marruecos le devolviera el pasaporte que le había quitado nueve años antes, cuando fue desaparecida.
Fue su gran victoria. Comenzó a viajar. Aquel mismo año obtuvo el Premio Juan María Bandrés a los Derechos Humanos. En los años siguientes fue galardonada con el Silver Rose, el Robert F. Kennedy y el Civil Courage. En sólo cuatro años se convirtió en una figura internacional que incomodaba cada vez más a las autoridades de Rabat. Un día hablaba ante los senadores de Estados Unidos y otro ante los parlamentarios europeos. Los dirigentes del Frente Polisario, que hasta entonces habían observado con recelo cómo les robaba protagonismo, no tuvieron más remedio que acercarse a ella.
Su vida personal parecía volver a encarrilarse. Había comenzado a preparar su boda con Bachir Azman, un ex preso político saharaui de 57 años. Planeaban casarse cuando ella volviera de Nueva York, adonde había viajado para recoger el premio Civil Courage. Pero el 15 de noviembre ella no volvió a casa, como estaba previsto. Un amigo le dijo a Bachir que la policía marroquí la había detenido en el aeropuerto de El Aaiún. La noche del día siguiente, Bachir recibió una llamada de Aminetu desde el aeropuerto de Lanzarote: "Estoy comiendo mi última cena. A las 12 en punto comienzo una huelga de hambre". Él cuenta que le respondió: "Fuerza, voluntad y victoria".
La vigilia de Tinduf
Los campamentos saharauis en Argelia viven pendientes de Aminetu Haidar. El Polisario dice que España puede "arrodillar" a Marruecos
JUAN JESÚS AZNÁREZ 13/12/2009
La huelga de hambre de Aminetu Haidar alteró la vida de los 150.000 saharauis refugiados en los campamentos africanos de Tinduf: eufóricos cuando se anunció el regreso de la activista a El Aaiún y encolerizados cuando no pudo hacerlo. Pegados a la radio y a la televisión, reunidos en comités y plantones callejeros los habitantes del desierto siguen minuto a minuto una crisis "en la que España ha sido cómplice de Marruecos", según la denuncia de Abdelkader Taleb Omar, primer ministro de la autoproclamada República Árabe Saharaui Democrática (RASD) y secretario general del Frente Polisario. "Y el caso es que España sola puede poner de rodillas a Marruecos, no al revés", agrega en entrevista telefónica.
Situados en el suroeste de Argelia, los cuatro campamentos son la sede de un gobierno en el exilio permanente alzado contra el aislamiento político y el sometimiento a Marruecos. Las temperaturas y precipitaciones son allí extremas y castigan a una población con una economía casi de subsistencia. Hace tres años, lluvias torrenciales arrasaron una agrupación de casas de adobe y miles de personas quedaron a la intemperie.
"Ahora, con la situación de Aminetu Haidar, estamos atravesando un periodo de angustia, un dolor que no hemos vivido, ni siquiera en los momentos de guerra y exilio", subraya Fatma El-Medhi, presidenta de la Unión Nacional de Mujeres Saharauis.
El exilio y la RASD, entidad creada por el Frente Polisario, son realidades desde febrero de 1976, en que España abandonó sus territorios en el Sáhara Occidental en manos de Marruecos y Mauritania, ignorando las directrices de descolonización de la ONU. Los saharauis llevan más de 30 años reclamando su independencia y 15 a la espera de la celebración de un referéndum que no acaba de convocarse.
Sin un horizonte claro sobre su destino, la huelga de hambre es un acontecimiento de primer orden en la vida de los campamentos que estos días reciben a las familias españolas asignadas para que un niño saharaui pase con ellas las Navidades.
"La noche en que se pensó que a Aminetu se la iba a mandar a casa, todos estábamos viendo la tele y pensamos que ya era el momento del fin, pero luego vino la amargura. Desgraciadamente aquello fue un sueño inacabado y nos dolió mucho ver que se juega con su vida y sus derechos", recuerda El-Medhi. Los habitantes de la RASD viven estos días pendientes de Haidar y muy agradecidos a los actores, escritores, sindicatos, políticos o plataformas ciudadanas solidarios con su causa. "Sabemos que ésta bien acompañada", subraya El Medhi.
La resistencia de la activista discurre paralela a la aparente impotencia española en la solución del caso, que el primer ministro saharaui atribuye a la "debilidad" y a los "miedos" del Gobierno frente a Rabat: "Muchos dicen que si no fuera por la complicidad del Gobierno de España, Marruecos no hubiera podido hacer lo que hizo: echarla fuera de su hogar". Marruecos chantajea a España amenazando con retirar su ayuda en dos asuntos fundamentales: seguridad e inmigración, según Abdelkader. Pero las eventuales represalias afectarían a la Unión Europea. "Y usted podrá imaginarse qué puede hacer Marruecos contra toda la UE".
"Esa debilidad hubiera podido entenderse algo si Marruecos fuera una potencia, o una superpotencia, o España dependiera de Marruecos. Entonces sí se entendería algo", subraya Abdelkader. "Pero resulta que Marruecos hace muchos años que vive del turismo y de las exportaciones de sus productos vegetales. Y todo pasa por España: bien hacia España o hacia la Unión Europea. Y si España quiere cerrar el grifo puede estrangular Marruecos en cuestión de días. Y en vez de que España se arrodille, España sola, sin la ayuda de la UE, tiene medios para poner de rodillas a Marruecos", opina.
A Abdelkader le gustaría que así fuera. Gobierna unos campamentos abrasados por el sol y la arena, que se distribuyen en cuatro núcleos de población: las wilayas o provincias, bautizadas con el nombre de las principales ciudades del Sáhara Occidental antes de 1.976: Aaiún, Smara, Auser y Dajla. Disponen de precarios centros hospitalarios, un centro de mutilados de guerra, escuelas y un complejo avícola-agrícola. La población, conectada con el exterior por teléfono móvil, vive en tiendas de lona, la jaima familiar, y junto a cada una de ellas, tres cuartos de adobe, con retrete, lavadero y cocina, y agua de pozo.
De una manera u otra, por los medios de comunicación o las llamadas de familiares, la huelga de hambre de Haidar es bien conocida en Tinduf, según sus dirigentes, que piden la mediación del Rey ante la monarquía alauí. "Saludamos la disponibilidad del Rey que, en su día, pronunció un discurso en el sentido de que España no iba a defraudar a los saharauis. Yo creo que es momento de que de un paso majestuoso. Queremos que intervenga". La jefatura del Polisario insta a un cambio en la política de Zapatero y a salvar la vida de la huelguista: "Nosotros consideramos que Aminetu servirá mejor a la causa viva mucho más que muerta. Le decimos que nos interesa más su vida que su muerte. Ese es el deseo, pero tampoco es aceptable que los marroquíes se salgan con la suya. Aquí en los campamentos la queremos viva, y con toda su dignidad. Si falleciera, causaría un dolor enorme en la población; un dolor que no sabemos cómo se canalizaría en la práctica. Eso complicaría mucho la situación. Todo el mundo desea una solución, que salve su vida pero que se respeten sus derechos".
También los invoca Fatma El-Medhi, representante de las mujeres saharauis, cuyo papel fue muy importante durante los años de la resistencia de los milicianos del Frente Polisario. Las mujeres suman el 34% del Parlamento saharaui y tienen carácter. "Es indignante lo que está haciendo Marruecos, pero también es intolerable la debilidad de la comunidad internacional", se queja esta dirigente. El pasado jueves, acudió con varios cientos de saharauis de los campamentos a la sede del ACNUR (Alto Comisariado de las Naciones Unidas para los Refugiados) en Tinduf. "Hemos enviado varias cartas. Nos duele ver tanta tolerancia de la comunidad internacional ante este crimen contra la humanidad por parte de la dictadura de Marruecos. El sistema marroquí merece ser juzgado internacionalmente por no querer respetar la legalidad internacional", concluye El-Medhi.
Conflicto hispano-marroquí
Cuando España pecó en el Sáhara
El franquismo dejó en herencia a la democracia un conflicto aún no resuelto
TOMÁS BÁRBULO - Madrid - 13/12/2009
No es seguro que Aminetu Haidar logre su objetivo de volver a El Aaiún, pero es evidente que ha conseguido situar en el primer plano de la actualidad el conflicto del Sáhara Occidental. Se trata de un problema incómodo para España desde que, en 1975, el último Gobierno de Franco decidió abdicar de sus compromisos en el territorio y abandonarlo en manos de Marruecos y Mauritania. A día de hoy, el Sáhara Occidental es, según Naciones Unidas, el último territorio de África por descolonizar. Y el Estado español mantiene en él claras responsabilidades legales.
La relación de España con el Sáhara se remonta nada menos que a 1884. Aquel año, Antonio Cánovas envió una expedición que levantó el primer asentamiento español en Villa Cisneros (actual Dajla). El territorio estaba habitado por tribus nómadas, cuyas caravanas recorrían el desierto en busca de pastos para sus animales o comerciando con la sal que obtenían en los yacimientos de Iyil (hoy en Mauritania). Los militares que en las décadas sucesivas fueron destinados a aquel trozo de desierto propiciaron un proceso de sedentarización. En 1934 fundaron la ciudad de El Aaiún.
El territorio gozó de relativa paz hasta que Marruecos obtuvo la independencia. En 1957, bandas armadas inspiradas por el entonces príncipe heredero, Mulay Hassan, que más tarde reinaría como Hassan II, atacaron las fortificaciones españolas. Francia vio en aquellos guerrilleros un peligro para su colonia de Mauritania, y decidió ayudar a Franco a exterminarlas. Fue el primer intento del Gobierno de Rabat para apoderarse del Sáhara.
El segundo -y, por ahora, definitivo- intento se produjo el 6 de noviembre de 1975. Hassan II lanzó a 350.000 civiles marroquíes sobre la frontera norte del territorio. Era la Marcha Verde. Franco agonizaba y su Gobierno, presidido por Carlos Arias Navarro, no supo afrontar el doble reto que le lanzaban el monarca alauí y los independentistas saharauis del Frente Polisario, que desde hacía dos años hostigaban a las tropas españolas. Arias firmó con Marruecos y Mauritania los llamados Acuerdos de Madrid, por los que España abandonaba el territorio y lo dejaba en manos de estos dos países. El 28 de febrero de 1976 fue arriada la última bandera española en El Aaiún.
La ocupación se produjo a sangre y fuego. Cientos de civiles saharauis fueron masacrados con bombas de napalm y fósforo blanco mientras intentaban huir hacia Argelia. El Polisario se estableció en Tinduf, al sur de este último país, y durante 16 años combatió a los invasores. En 1979 logró que Mauritania le devolviera la parte del territorio que ocupaba, pero Marruecos la invadió inmediatamente. Bajo los auspicios de Naciones Unidas, ambos contendientes firmaron un alto el fuego en 1991.
El compromiso alcanzado con la ONU consistía en celebrar un referéndum de autodeterminación. Con ese fin, Naciones Unidas envió al territorio una fuerza de paz: la Minurso (Misión de Naciones Unidas para el Referéndum del Sáhara Occidental). Desde el principio, Marruecos torpedeó todos los intentos para llevar a buen puerto la consulta. Para ello contó con el apoyo incondicional de Francia y con el consentimiento de Estados Unidos. Todos los enviados especiales del secretario general de la ONU se han estrellado contra la actitud inamovible de Rabat. A día de hoy, tras 18 años de presencia ininterrumpida en el territorio que han costado cerca de 2.000 millones de dólares, la Minurso no ha logrado celebrar el referéndum. Ni siquiera ha obtenido competencias en materia de derechos humanos; sólo se dedica a observar el mantenimiento del alto el fuego.
Las posturas están claras: Marruecos ocupa el Sáhara Occidental, donde, junto a más de 150.000 colonos marroquíes, habitan unas 70.000 personas de ascendencia saharaui. Desde los campamentos de refugiados de Tinduf, donde viven unos 100.000 saharauis, el Polisario dirige una campaña diplomática internacional para exigir el cumplimiento del referéndum. Y varios miles de saharauis más han engrosado una diáspora que tiene en España y en Mauritania sus principales destinos.
El problema del Sáhara es, probablemente, la última herencia del franquismo no resuelta de la Transición española. En los 34 años transcurridos desde que España abandonó el territorio, los saharauis no han cesado de exigir a España que cumpla con las responsabilidades de las que abdicó en 1975. Sus reclamaciones tienen base, pues la ONU considera ilegales los Acuerdos de Madrid. El departamento jurídico de la organización dictaminó en 2002 que "los Acuerdos de Madrid no han transferido la soberanía del Sáhara Occidental ni han otorgado a ninguno de los firmantes el estatus de potencia administradora, estatus que España no puede transferir unilateralmente". Ello es así hasta el punto de que la responsabilidad de salvamento en aguas del Sáhara no corresponde a Marruecos, sino que sigue estando, de iure, en manos de España, según establece la Organización Marítima Internacional. Éstas son las bases del conflicto del Sáhara, que Aminetu Haidar ha situado en el primer plano de la actualidad.
ANÁLISIS: Conflicto hispano-marroquí ANÁLISIS
Renovadora del independentismo saharaui
IGNACIO CEMBRERO 13/12/2009
Una mujer frágil y con escasa formación ha logrado, con su protesta en Lanzarote iniciada ahora hace un mes, poner en aprietos a los gobiernos de dos países -Marruecos y España- y, sobre todo, ha conseguido sacar del olvido un conflicto estancando desde hace 34 años, el del Sáhara Occidental.
Marruecos, en opinión de varios diplomáticos europeos, ha hecho un pésimo negocio expulsando a la activista saharaui de El Aaiún a Lanzarote el 14 de noviembre. En el mejor de los casos tardará meses en recomponer su buena imagen en Europa. En el peor verá como se abre camino uno de sus peores temores: la ampliación del mandato de la Minurso, el contingente de la ONU en el Sáhara, para que incluya la supervisión de los derechos humanos.
Haidar, de 42 años, no sólo ha colocado en primera línea de la actualidad el contencioso de la última colonia africana de España -hasta los grandes medios estadounidenses han mencionado su protesta-, sino que le ha dado un toque "moderno", hasta "romántico", aseguran algunos de sus simpatizantes españoles.
Aunque José María Aznar se llevaba mal con Marruecos, su ministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio, tenía una funesta opinión del Frente Polisario. Tachaba a su líder, Mohamed Abdelaziz, de "diplodocus surgido de la noche de los tiempos". Lleva más de 30 años en el cargo. Ahora la principal figura mediática de la lucha por la independencia saharaui es sustituida en un santiamén por una mujer joven, madre, no violenta y en absoluto integrista. Es un salto hacia la modernidad en un mundo musulmán en el que pertenecer a ese sexo significa, con frecuencia, estar relegada. Haidar no milita formalmente en el Polisario, pero se identifica plenamente con él. Repite hasta la saciedad que el movimiento independentista es el único representante del pueblo saharaui.
Aunque intenta mantenerse en un segundo plano, el Polisario aplaude entusiasmado la protesta de Haidar. Para tratar de sacar el mayor rédito político de su huelga de hambre ha enviado a Madrid a Emhamed Khadad, uno de sus más brillantes dirigentes. Khadad la apoya, pero asegura también "no querer que se convierta en mártir". Para las autoridades de Rabat, en cambio, el éxito mediático y la movilización diplomática que ha suscitado la iniciativa de Haidar es un auténtico quebradero de cabeza. Prueba de ello es que su prensa oficialista, encabezada por la agencia estatal MAP, dedica grandes espacios a recoger declaraciones de partidos, asociaciones saharauis pro marroquíes, etcétera, arremetiendo contra la "traidora".
La diplomacia marroquí consagra también esfuerzos, sin demasiado éxito, a explicar en España su postura enviando a ministros y a los presidentes de las dos cámaras de su Parlamento. Se enzarza, por último, en agrias polémicas con instituciones, como el Parlamento portugués, que aprobó una resolución de apoyo a Haidar. Nunca, sin ella, la cámara baja lusa hubiese descubierto la causa del independentismo.
La reivindicación que Haidar impulsa desde un cuartucho sin ventanas del aeropuerto de Lanzarote está dando que hablar, pero no será decisiva para resolver el conflicto que estalló tras la entrega por España, del Sáhara, a Marruecos y a Mauritania en 1975. Éste último país renunció a su parte en 1981 y Rabat se adueñó de ella.
El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, nombró a un nuevo representante personal para el Sáhara, el estadounidense Christopher Ross, y éste convocó una primera reunión informal de las delegaciones marroquí y saharaui, en Austria, a principios de agosto. Su intención era reanudar la negociación formal, interrumpida desde la primavera de 2008, a finales de este año, pero la tirantez creada por el "caso Haidar" lo dificulta.
El conflicto del Sáhara mantiene al Magreb dividido -la tensión es permanente entre Argelia y Marruecos cuya frontera está cerrada desde hace 15 años-, pero no lo desestabiliza. De ahí que las grandes potencias, que ocupan puestos permanentes en el Consejo de Seguridad, se conformen con dar orientaciones sobre la solución a uno u otro de los beligerantes. Mientras la región no esté al borde del abismo no les impondrán un compromiso.
Conflicto hispano-marroquí
Haidar está "muy débil y con muchos dolores", pero con ánimo
JOSÉ NARANJO - Arrecife - 13/12/2009
Aminetu Haidar alcanza hoy su día 28 en huelga de hambre sin que se vislumbre aún una salida. Aunque no fue un reconocimiento médico, dado que ella misma no quiere ser explorada, el doctor Chema Anda, coordinador de la ayuda sanitaria en los campamentos de Tinduf, pudo verla unos instantes, tras lo cual aseguró que está "muy débil y con muchos dolores" y que hay "cuestiones que no vemos en su organismo que pueden dejar secuelas para toda la vida".
Haidar, un día más, apenas salió del cuartito donde duerme y desde su plataforma de apoyo han vuelto a reclamar una intervención al más alto nivel. "El tiempo se acaba, pedimos que alguien, el presidente Rodríguez Zapatero o el Rey de España, intervenga ya", dijo el portavoz de este grupo, Fernando Peraita, mientras que el actor Guillermo Toledo ha asegurado que "toda intervención es bienvenida". La entrada en escena de Estados Unidos y la UE había generado optimismo en el entorno de la activista, pero el rechazo rotundo de Marruecos a permitir el regreso de Haidar a El Aaiún ha desembocado en un nuevo traspiés.
La intención de algunos miembros de la familia de Haidar de viajar a Lanzarote para interesarse por su estado de salud ha sido acogida con expectación, por si ello pudiera representar una fórmula para acelerar el regreso de la activista con sus hijos.
Se confía también en las gestiones que está realizando el centro estadounidense Robert Kennedy con Francia.
La abogada de Aminetu Haidar, Inés Miranda, ha insistido en que Marruecos y España son responsables de haber cometido "un delito de lesa humanidad". También ha aclarado que, en contra de lo dicho por el Ejecutivo, la compañía aérea no tenía obligación de traer a Haidar. "Binter la llevó a El Aaiún y Canarias Aeronáutica la trajo. No fue la misma compañía y por tanto, no tenía la obligación de hacerlo", dijo.
Además, la letrada ha querido desmentir las afirmaciones realizadas por miembros del Gobierno en las que se aseguraba que la decisión de permitir su entrada en España había sido de la Policía. "El agente que estaba en el aeropuerto de Lanzarote recibió órdenes de sus superiores, la investigación judicial aclarará quiénes eran estos superiores", dijo Miranda.
Hoy en EL PAÍS. Ver también:
Un juzgado de Las Palmas valida la actuación policial en el 'caso Haidar'
EDITORIAL
ABC
13 de diciembre de 2009
Resistencia: En el nombre de Aminatu
Es una mujer firme, de una gran dureza en su entrega en cuerpo y alma a la «causa saharaui», aunque ni exaltada ni radical. Ha conocido cárcel y torturas, y siempre resistió con la moral alta
Cuenta Ghalia, su compañera de celda, que pasaron casi cuatro años en las mazmorras más inmundas, sin cargos, sin juicio, sometidas a torturas de todo tipo
«Durante el tiempo que pasó en prisión no hubo una sola semana en la que no estuviera enferma. Tuvo de todo. Desde entonces su salud ha sido delicada»
«Es una señora con muchos valores y ahínco... Es una bengala que da mucha luz, pero que se apagará rápidamente», sostiene el saharaui Abdala Hairach, colaborador del Gobierno
«Que va a regresar es seguro. Lo que no sabemos es si lo hará en un ataúd. Tal y como están las cosas veo el final un poco feo», afirma Bachir, actual compañero de Haidar
El calificativo de «Gandhi saharaui» con el que cada vez con más frecuencia se refieren a Aminatu por su pacífica firmeza cala durante estos días entre los jóvenes
LUIS DE VEGA Publicado Domingo , 13-12-09
La mujer entra en la sala para ser juzgada envuelta en la tradicional «meljfa» saharaui, un pañuelo multicolor complicado de portar con cierto garbo para los no autóctonos. La cabeza bien alta y el gesto firme a pesar de los estragos que la cárcel «Negra» y sus guardianes dejan en todos sus inquilinos. Un niño se arranca desde la bancada y se abraza a ella. Los miembros del tribunal observan atónitos. Los numerosos policías de uniforme y de paisano se quedan paralizados ante el encuentro. Parece que más por sorpresa que por humanidad. En medio del silencio se escuchan los llantos del pequeño, que llama a su madre como si no la tuviera entre sus manos. Ella le indica, mientras le acaricia la cabeza, que tiene que regresar al banco de madera junto a su hermana. Debe continuar el proceso judicial en el que la acusan, en esencia, de traicionar a una patria, la marroquí, que ella no considera suya. La condena, siete meses. La escena tiene lugar en El Aaiún (Sahara Occidental), el 13 de diciembre de 2005. Hoy hace cuatro años.
Desde entonces, ese niño, Mohamed El Kassimi, que ahora tiene trece años, ha pasado largas temporadas separado de su madre, al igual que su hermana Hayat, de quince. La activista Aminatu Haidar, de cuarenta y tres años, salió finalmente de la cárcel el 16 de enero de 2006 —ya estuvo «desaparecida» entre 1987 y 1991— y desde entonces no ha parado de recorrer el mundo para clamar contra lo que ella denuncia como un aplastamiento de los derechos humanos en el Sahara y proclamar el deseo de que su pueblo pueda acceder a la autodeterminación.
Ya no es sólo aquella mujer que llegó al hospital cubierta de sangre el 17 de junio de 2005 tras haber sido apaleada por los agentes marroquíes que la detuvieron y cuyas imágenes fueron difundidas por todo el mundo en internet. «Me han sometido a todo tipo de tratos inhumanos», aseguró a este corresponsal en una entrevista telefónica desde el interior de la prisión en julio.
Su popularidad en los últimos cuatro años se ha disparado, pero su discurso sigue siendo esencialmente firme, aunque ni exaltado ni radical. Esta lucha tranquila le ha valido la concesión de una veintena de premios, y no precisamente de asociaciones afines al Frente Polisario. Entre ellos, el Robert F. Kennedy de Estados Unidos en 2008, el Silver Rose Award del Parlamento Europeo en 2007, el Sajarov en esa misma institución en 2005, o el Juan María Bandrés, en España en 2006. Y cuando fue detenida en el aeropuerto de El Aaiún el pasado 14 de octubre Aminatu regresaba a su hogar tras recibir el premio al Coraje Civil de la John Trian Foundation estadounidense.
Desde los «años de plomo»
Por mucho que algunos vecinos de su ciudad digan que es militante de nuevo corte, todo apunta a que sus ideas le vienen de largo. El Aaiún de hace dos décadas vivía, al igual que Marruecos, sumido en los denominados «años de plomo» del reinado de Hasán II. Si manifestarse en la calle hoy en día es complicado, entonces era imposible. Ante la llegada de una comisión con miembros de las Naciones Unidas y la entonces Organización para la Unión Africana la represión se multiplicó por el temor de las autoridades de Rabat de que los independentistas quisieran llamar la atención. Pero no pudieron. «Unos cinco días antes empezaron las detenciones. Nos trasladaban a los calabozos del conocido como PCCMI», el antiguo cuartel de artillería de los españoles, relata Ghalia Eljimi. «Yo fui detenida el 20 de noviembre de 1987. Aminatu al día siguiente. Y allí fue donde nos conocimos», relata esta mujer de cuarenta y ocho años, madre de cuatro hijos y presidenta de la Asociación Saharaui de Víctimas de Graves Violaciones Cometidas por el Estado Marroquí (ASVDH).
Cuenta que pasaron casi cuatro años en las mazmorras más inmundas, donde las sometieron a torturas de todo tipo, sin que se presentaran cargos contra ellas, ni se celebrase juicio. Tras aquellos maltratos muchos de aquellos militantes encarcelados han necesitado de por vida especiales cuidados médicos para los que en el Sahara no hay medios. Aminatu tenía por entonces veinte años. «En aquellos cuatro años no hubo una sola semana en la que no estuviera enferma. Tuvo de todo. Desde entonces su salud ha sido delicada». Aunque también ha mostrado «una gran capacidad de resistencia y la moral siempre alta», dice su compañera de celda, en la que se agolpaban diez mujeres. Varias de ellas, como Ghalia y Aminatu, han seguido el mismo camino desde que fueron liberadas el 19 de junio de 1991. Desde entonces dedican su vida a lo que llaman la «causa saharaui». Aminatu Haidar, al igual que otras víctimas de los abusos cometidos por el Estado, recibió una compensación económica que en Marruecos le echan ahora en cara.
En una celda cercana a la de Haidar durante los años ochenta fue encerrado también durante algunos días Abdala Hairach, hoy miembro del Consejo Real Consultivo para Asuntos Saharauis (Corcas) que creó el rey Mohamed VI en 2006. «Es una señora con muchos valores y ahínco», dice de Aminatu. «Pasaba noches y noches explicando a los carceleros su posición» sobre el conflicto en la prisión de El Aaiún, en la tristemente conocida como «cárcel Negra». Lejos de las ideas independentistas de Aminatu, Hairach es de los saharauis que apoyan las tesis de Rabat, pero con los que es posible un diálogo dentro de la racionalidad. «Aminatu es una bengala que da mucha luz pero que se apagará rápidamente», pronostica.
Mientras hablamos en el salón de la vivienda de Ghalia Eljimi, la RASD TV, el medio estrella del Polisario, muestra de fondo largos reportajes sobre la huelga de hambre que Aminatu Haidar mantiene desde el 16 de noviembre. Ella es la protagonista del telediario, que llega gracias al satélite a las casas de El Aaiún, donde las autoridades marroquíes, muy a su pesar, nada pueden hacer para detener las ondas que llegan desde el otro lado del desierto.
En las imágenes de televisión aparece también Inés Miranda, una abogada de Las Palmas que se ha convertido en la sombra de la activista saharaui y que duerme junto a ella en el suelo del aeropuerto de Lanzarote. «Me preocupa, claro que me preocupa su situación», dice al otro lado del teléfono. «Ni yo ni nadie queremos que el desenlace sea fatal. Pero tenemos que respetar su decisión por dura que sea». La define como una mujer «íntegra, coherente, de firmes convicciones y dulce a la vez que contundente».
Y contundentes son las palabras que le dedican las autoridades de Rabat instaladas en El Aaiún, las mismas que la expulsaron porque dicen que renegó de su nacionalidad y de sus papeles marroquíes. Aminatu Haidar «ha ganado millones» en sus viajes por todo el mundo, afirma en su despacho un alto cargo de la ciudad que prefiere que su nombre no sea publicado. Insiste en que si la activista quiere regresar a su casa debe reclamar un pasaporte nuevo —el otro, aunque válido, sigue confiscado— y pedir disculpas. «Le hemos ofrecido todas las soluciones posibles». «Tiene la cabeza dura y creo que sólo un viejo comunista tipo Buteflika (el presidente argelino), al que ella venera, puede poner fin a esto. España debería llamar a Buteflika», añade con cierta sorna.
Abdala Hairach, el miembro del Corcas, que en todo momento se refiere al Sahara como territorio marroquí, cree que no tendría que haberse llegado al actual conflicto diplomático entre España y Marruecos. «Se trata de un simple gesto. ¿Por qué esta vez no se le permite escribir (en la ficha policial del aeropuerto) Sahara Occidental y en cambio otras sí que se le permitió?», se pregunta. La respuesta no tiene duda para muchos marroquíes: porque lo que consideran que está haciendo Aminatu Haidar a estas alturas de su huelga es retar al mismísimo Rey Mohamed VI, figura considerada sagrada por la Constitución y alma mater de la política de Rabat en el Sahara. «Para solucionar esto hay que aplicar la DNG, la diplomacia no gubernamental», dice Hairach, con personas de la sociedad civil que no sean «marionetas» ni del Polisario ni del Estado marroquí. Aminatu «es una gran persona, pero no estoy por convertir esto en una crisis».
Nacida en Marruecos
Aminatu es el femenino de «amín» (fiel en árabe). Está divorciada y es madre de dos hijos, pero no nació, como afirma su currículum, en lo que históricamente fue el Sahara español. Lo hizo en 1966 en la ciudad marroquí de Tata, como consta en el documento número 242635 del censo de la Misión de Naciones Unidas para el Referéndum en el Sahara Occidental (Minurso). Pertenece a la fracción Echtuca de la tribu Izarguien. También esto se lo echan en cara con frecuencia. Tampoco nació dentro de la ex colonia española su compañera de celda Ghalia Eljimi, quien explica que muchas familias saharauis se ganan la vida en territorio marroquí donde van naciendo sus hijos. A ella le tocó en Agadir. «¿O no es Ségolène Royal francesa?», pregunta el marido de Ghalia. La dirigente socialista francesa nació en Dakar, capital de Senegal.
El calificativo de «Gandhi saharaui» con el que cada vez con más frecuencia se refieren a Haidar, insistiendo en sus constantes llamadas al levantamiento sin violencia, cala estos días cada vez más entre los jóvenes de ciudades como El Aaiún, Esmara, Djala (la antigua Villa Cisneros española) o Bojador. De allí es Sultana Jaya, de veintiocho años, que en el año 2007 perdió su ojo derecho por el porrazo de un policía durante unos disturbios con estudiantes saharauis en la universidad de Marrakech. A principios de octubre iba a Barcelona para una revisión cuando le requisaron el pasaporte en el aeropuerto de Casablanca. También ella es de las que suelen señalar al Sahara Occidental como su lugar de residencia en la ficha policial de entrada.
Haidar y Jaya no son los únicos activistas a los que los marroquíes les requisan sus papeles para frenar sus salidas al extranjero. Lo hacen con otros a quienes Marruecos califica como la «nueva elite» saharaui a la que hay que combatir para que no frenen la expansión del plan de autonomía diseñado por Mohamed VI para el territorio en conflicto. Un grupo de siete esperan en la cárcel a ser juzgados por un tribunal militar tras visitar los campos de refugiados de Tinduf (Argelia) y ser recibidos por el Frente Polisario. «Aminatu es una pieza de arte muy valiosa y si le pasa algo la gente se echará a la calle», afirma Jaya.
La fuerza de su familia
Esta estrategia no hará más que reforzar sus convicciones, opinan sus compañeros en El Aaiún. Hayat y Mohamed, los hijos de Aminatu, hicieron pública el lunes pasado una carta manuscrita en la que pedían al mundo el regreso a casa de su madre, pero en ningún momento le pedían que detenga su huelga de hambre. Lo confirmó el jueves desde Lanzarote cuando dijo que esa misiva le sirve para ser más «fuerte». Al otro lado del Atlántico, pero a poco más de cien kilómetros, a las puertas de la casa familiar la vigilancia policial es permanente. Dentro, Darja, de 57 años, la madre de la activista, envejece a paso rápido. Bachir Lekhfawni, actual compañero de Aminatu, purgó quince años en penales marroquíes y no duda de que ella no dejará la huelga de hambre si no la permiten regresar a El Aaiún. «Esperamos su vuelta viva o muerta». «Que va a regresar es seguro. Lo que no sabemos es si lo hará dentro de un ataúd. Tal y como están las cosas veo el final un poco feo». Las autoridades de Rabat saben del poder de convocatoria de la activista saharaui, pero tratan de mantenerse firmes. No podrán «ni una veintena de Aminatus».
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Fuentes:
*EL PAÍS
*ABC
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