Entereza. Fatma (izquierda) y Mamía Salek, en su casa, en la localidad tinerfeña de La Laguna. Foto: ELISENDA PONS
Algunos supervivientes de las cárceles secretas marroquís recuerdan las atrocidades sufridas Depositan sus esperanzas de justicia en la investigación del juez Garzón
elPeriódico.com. 9 de diciembre de 2007
JOSEP SAURÍ. LA LAGUNA
Fatma y Mamía Salek parecen frágiles, pero solo lo parecen. Las desbordantes ganas de vivir de estas dos hermanas pudieron con el desmedido dolor de 15 años de aislamiento y torturas en cárceles secretas marroquís, en las que vieron morir a sus padres. Hoy, Fatma trabaja en una empresa de limpieza en Taco, el barrio de La Laguna (Tenerife) donde viven. Mamía se casó, y tiene una hija de tres años. Y se ilusionan con que la investigación abierta por el juez Baltasar Garzón arroje luz sobre su sufrimiento y el de miles de saharauis, la misma luz que les quemaba los ojos al dejar atrás su oscuro infierno.
En marzo de 1976, Fatma tenía 18 años y Mamía, 14, y vivían en el desierto, entre Tarfaya y El Aaiún. Con la invasión marroquí, tres de sus hermanos se habían unido al Frente Polisario. Una patrulla de la Gendarmería se llevó a su padre, Salek, de 60 años, y dos semanas después volvieron a por ellas y su madre, Batul, de 58. En la comisaría central de Agadir, en el sur de Marruecos, empezó una infamia que se prolongó durante cinco años en la cárcel secreta de Agdez y otros 10 en la de Kelá M'Guna, y que relatan con una sorprendente entereza: "El primer mes fue el peor, los interrogatorios y las torturas eran constantes. Nos desnudaban y nos introducían una botella por el ano, o nos obligaban a sentarnos sobre superficies al rojo vivo. Nos ataban sobre una mesa, nos golpeaban y nos echaban ácido en las heridas. Nos azotaban con cuerdas mojadas, nos cubrían la cabeza casi hasta la asfixia con una tela empapada de tóxicos o de orina. Nos colgaban boca abajo y nos daban descargas eléctricas en los senos y en los genitales". Además de los golpes, patadas, porrazos y azotes "cotidianos, del primer día al último" de su cautiverio.
Solo el peor de sus recuerdos quiebra el aplomo de Fatma y Mamía. "El mayor maltrato que sufrimos fue ver cómo torturaban a nuestros padres. Nos dejó una huella que no hemos podido borrar".
Los prisioneros no podían hablar entre ellos, ni siquiera mirarse a la cara. "Pasábamos los días como en un letargo, inmóviles, sentadas en el suelo, sin saber si era de noche o de día", explican. Aunque recuerdan todas las fechas con precisión: "Nos prohibían contar el tiempo. Si decías qué día era, te castigaban y te interrogaban para averiguar cómo lo sabías. Pero lo hacíamos".
Pasto de las enfermedades
Sin ropa de abrigo, expuestos al frío extremo de la noche y al calor asfixiante del día, casi sin comida, sin ver el sol y sin higiene ni atención médica, las enfermedades hacían estragos. De los 137 presos de Agdez, murieron 28, entre ellos Batul, el 17 de junio de 1977. En Kelá M'Guna eran más de 200, y murieron otros 14. También torturaban a los enfermos, y el 27 de mayo de 1983 Salek no resistió más.
¿Cómo se aguanta algo así? "Con fe. Fe en que, aunque muriésemos, el Sáhara un día será libre. Y también fe en Dios".
La presión internacional forzó su liberación, en junio de 1991, con otros 320 presos cuya existencia Rabat negaba hasta entonces. "No podíamos ni abrir los ojos, la luz nos quemaba", explican. Pero lo que al fin vieron fue una ciudad tomada por las fuerzas de seguridad marroquís: "Descubrimos que solo habíamos cambiado una cárcel por otra más grande".
Fatma y Mamía aún pasaron ocho años en El Aaiún, "vigiladas, interrogadas a menudo, perseguidas. Solo queríamos huir". Y finalmente lo hicieron. No conocían el mar, ni siquiera sabían nadar, pero se subieron a una patera. "Teníamos más miedo a los marroquís que al Atlántico". El 27 de octubre de 1999, tras 36 angustiosas horas en el océano, su bote, con 13 personas a bordo, llegó a Fuerteventura.
Perros azuzados
Otro de esos 322 presos, Brahim Dahán, preside hoy una asociación de defensa de los derechos humanos de El Aaiún, con pleno conocimiento de causa. Pasó tres años y siete meses con los ojos vendados en los sótanos del temido PCCMI, el antiguo cuartel de Artillería español. "Odio contar los detalles, me duele. Pero la gente debe saberlo", dice antes de mostrar gráficamente algunas de las formas de tortura que sufrió, como el pollo. "Nos ataban así, ¿ves? Las manos con los pies, las piernas flexionadas. Nos pasaban un palo entre los brazos y las rodillas y nos colgaban cabeza abajo, como un pollo asado". O el avión, también colgado cabeza abajo, por las manos --atadas a la espalda-- y los pies: "Sentías que se te iba a romper el espinazo. Y te podían tener así una hora y media, o más".
También les soltaban perros para que les mordieran. "Las mujeres empezaban a gritar, y los perros ladraban cada vez más fuerte. Creía que la cabeza me estallaría de tanto dolor acumulado", recuerda. Y es que en una cárcel secreta no hay reglas ni derechos de los presos: "No sabes nada de fuera, ni nadie sabe qué ha sido de ti. Nos decían: 'Si te mueres aquí, es como si muriera una mosca. No pasa nada'".
El martes, Garzón tomará las primeras declaraciones en relación con la querella presentada contra responsables marroquís por genocidio, asesinatos, lesiones y torturas en el Sáhara Occidental. "No sabemos qué pasará, pero deseamos de todo corazón que se haga justicia", dicen Fatma y Mamía. "No hay que olvidar que en el Sáhara se sigue secuestrando y torturando. Espero que un día eso se acabe y veamos algún tipo de justicia, ni que sea simbólica. Para que no vuelva a ocurrir en ningún lugar. No se lo deseo ni al enemigo", afirma Brahim.
Fuentes:
*TRAB EL BIDAN, el Sàhara i la llibertat dels sahrauís
*POEMARIO POR UN SAHARA LIBRE
*elPeriódico.com
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