Generación de la Amistad Saharaui
7 de julio de 2007
El pequeño oasis de la wilaya de Dajla era una parada obligatoria para la cisterna que iba todos los viernes en dirección hacia la familia que estaba a unos quince kilómetros del campamento, tenían una camella lechera y unas ovejas. Había caído la lluvia y querían aprovechar para sus animales la hierba que creció con el agua y pasar unos meses allí.
El pequeño Bahia ajeno a todos los acontecimientos tenía que seguir estudiando en la escuela primaria y para ello debía de quedarse con la vecina, pero a mi hermano le resultaba muy difícil separase de su madre y sus abuelos, mientras su padre estaba en el frente de guerra con los guerrilleros.
A medida que iban pasando los días a mi hermano le aconsejaban siempre quedarse a estudiar con nuestra vecina en la daira de Um Draiga pero el pequeño Bahia tenía una relación inseparable con su abuelo. El abuelo le contaba muchas historias sobre España, la historia de las cortes españolas de aquel entonces, la historia de las tropas nómadas y otros tantos relatos sobre la badia, el pequeño estaba definitivamente apegado a su abuelo lo echaba de menos siempre y la relación era tan estrecha que resultaba prácticamente imposible su separación.
Llegó mi padre de la segunda región militar e intentó primero hablar a solas con mi hermano para convencerle de que debía llenar su tiempo jugando al escondite, a hacer coches de latas de aceite o a dibujar gigantes en medio de la arena. El pequeño Bahia estaba apegado a la voz de su abuelo, a su mirada, al olor de su turbante y a ratos cuando quería dormir la siesta se metía con su diminuto cuerpo en su darra.
Mi abuelo y hermano eran inseparables los dos y cada uno por separado les unía una relación muy estrecha, porque mi hermano era una especie de niño prodigio tenía la capacidad de memorizar todas las historias de avestruces, gacelas, gazzi e imaginarias criaturas que se paseaban en el desierto de noche; él las aprendía de memoria y en sus ratos libres las iba contando a sus amigos de colegio.
Cuando estaba con sus amigos empezaba a narrar en voz alta el cuento de Budarra aquel personaje fantasma que no existía y que los padres se inventaban para meter miedo a los niños para que ninguno se atreviera a salir por la noche de la jaima; pero la voz soberbia de mi hermano acompañada del silencio del desierto hacia la historia creíble y despertaba cierto temor y curiosidad en los niños. Budarra empezaba sus andanzas a partir de la diez de la noche e iba de campamento en campamento ofreciendo caramelos falsos y el niño que aceptaba coger el caramelo lo llevaba encima de su burro y lo escondía debajo de la arena.
Imposible era aquella situación de separación, pero era necesaria porque mi familia como todas las familias saharauis siempre persiguió las nubes y el agua, jamás aceptó las conglomeraciones humanas de las grandes ciudades siempre encontró su felicidad en la inmensidad del espacio infinito y el silencio del desierto, estas circunstancias le daban cierta estabilidad emocional a mis padres y abuelos.
Mi hermano tenía que estudiar en el colegio de la wilaya, lo que implicaba convencerle prometiéndole ir todos los viernes y pasar un día con la familia; finalmente accedió y aceptó quedarse a estudiar y solo venir un día a la semana.
Todos los viernes cuando acababa las clases iba al pequeño oasis de Dajla donde la cisterna llenaba su depósito, allí era donde lo recogían; pero un día el conductor que le traía agua a la familia estuvo esperándolo hasta las seis de la tarde, el niño no llegaba y el hombre se le hacía tarde y tenía que distribuir agua en otros lugares del campamento, entonces decidió marcharse. Cinco minutos después llegó mi hermano y decidió correr detrás de las huellas de la cisterna pensando que la podía alcanzar. Sin agua y en medio del implacable calor del desierto apenas pudo correr dos kilómetros, empezaron a flaquear las piernas y la deshidratación iba invadiendo su cuerpo. Cuando vio la primera acacia decidió acostarse bajo su sombra y esperar, pero la espera se hizo eterna y el rescate no llegó a tiempo. Dos días después de una larga búsqueda entre vecinos y autoridades de la wilaya empezaron a preguntar hasta que llegaron a su mejor amigo que se sentaba con él en la misma mesa, les indicó que había ido al oasis para irse con la cisterna hacia la familia; encontraron sus huellas corriendo a mucha velocidad y fueron tras ellas hasta la acacia donde encontraron su cuerpo sin vida.
Debajo de la sombra de aquella acacia estaba él con su cuerpo, sus ojos negros y un pequeño turbante debajo de su cabeza que le sirvió de cojín; no quería morir en aquel desierto lejano y triste, tenía mucha fe en la vida y a ella se agarró hasta el último instante. Cuando mi abuelo lo supo se quedó sin voz, mi abuela estuvo llorando durante muchos años y a mi me lo ocultaron seis años seguidos.
Mi hermano perdió la vida corriendo hacía la vida, intentaba hacer del milagro realidad persiguiendo los relatos e historias de su abuelo en medio del espejismo, quería escuchar una nueva historia ponerle su voz de narrador y en la mitad de las dunas reunir a su alrededor a todos los niños y hacerles soñar con un nuevo héroe, un héroe que quería con su voz devolverles la ilusión perdida en la infancia.
Ali Salem Iselmu
Fuentes:
*Generación de la Amistad Saharaui
*POEMARIO POR UN SAHARA LIBRE
*SaharaLibre.es
*l'esquerra, l'ecologia i la llibertat dels sahrauís
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