martes, 10 de julio de 2007

Haz lo que debas: como la libertad... y ver Smara y morir

Conchi Moya, Haz lo que debas
Ilustración: Fadel Jalifa

Como la libertad...
Fue uno de los primeros estudiantes saharauis que militaron en el Polisario. Corrían los primeros 70 y conocía a Luali y a los jóvenes que le seguían y con quienes el líder saharaui fundaría el Frente.

El vivía en el sur de Marruecos, como muchos de ellos, en una tierra que había sido saharaui y que España había cedido a Marruecos en uno de aquellos vergonzosos cambalaches que la madrastra había empezado a perpetrar.

Se inspiró desde muy joven en el Polisario como proyecto de liberación nacional saharaui. Desde la clandestinidad combatían contra una metrópoli que había disparado contra civiles en Zemla, Barrio de Piedra, y había desaparecido a Bassiri. Desde Tantan, una tierra siempre saharaui pero que, ironías del colonialismo, pertenecía a Marruecos, vivía por un Sahara Libre.

El entusiasmo por la revolución le desbordaba y un día los policías marroquíes le pillaron cantando el himno del Polisario (nos hemos alzado a los montes / hemos vivido en los bosques / para desprestigiar a aquellos que dicen que somos pastores). Le detuvieron y torturaron cruelmente, con la saña de sus expertas manos de torturadores convencidos.

Perdió la razón pero no el afán de revolución y lucha. Se le podía ver a menudo arengando a los saharauis, ya incorporado a los campamentos, recitaba discursos de Luali, recordaba sus frases más célebres.

El año 76, de regreso de recibir tratamiento en Libia, su dolido corazón compartió unas horas junto a los jóvenes saharauis que estudiaban en Argelia. Habló y habló y habló con toda su pasión a los chicos sobre el derecho a la libertad de todos los seres humanos, sobre pagar el mayor precio por defender esa libertad. Sacó un turbante que le habían regalado, era de seda elaborado con los colores de la bandera saharaui, y lo desplegó ante los estudiantes. “Veis estos colores, rojo, blanco, negro, verde, veis la seda de la que está hecho, es precioso, igual que la libertad”.

Y un día se fue. Como un incendio, ardió inflamado de revolución, independencia y libertad.

*Dedicado a la memoria de Said “la revolución”, a todos los que han dado su vida por la libertad del pueblo saharaui y a los que, como mi amigo Kike, no dejan de pensar un solo día en el Sahara.

“Ver Smara y morir”
El sueño de un mítico cheij en medio del desierto; un viajero que perdió su vida por contemplar durante unas horas aquella ciudad virgen; una biblioteca que contenía todo el saber saharaui arrasada por los colonialistas franceses. Ingredientes que componen el perfume de la enigmática ciudad de Smara.

La cuidad santa de los hijos de la nube es una pura contradicción. Albergó una importante biblioteca, de una cultura en la que aún hoy predomina la oralidad; en ella se alza una bella y escueta mezquita, para un pueblo cuyo lema es que no hay nadie entre uno mismo y su Dios; es la única ciudad fundada por los saharauis, un pueblo eminentemente nómada, la única ciudad del Sahara Occidental que no fundaron los extranjeros. Es una bella rareza en medio del desierto, violada hoy en día por la ocupación marroquí del territorio. Smara espera despertar pronto de la pesadilla de ser ocupada por extraños que no conocen su habla, sus tradiciones ni su hermosa leyenda y que sus verdaderos hijos regresen pronto.

El mito de Smara había envenenado a un poeta y aventurero francés, Michel de Vieuchange, que dio su vida tan solo por contemplarla. La ciudad había sido fundada hacia 1898 por el Chej Ma el Ainin, el “Sultán Azul” que pretendía hacer de Smara un centro cultural, político y religioso de la Saguia El Hamra. Michel viajó a Marruecos con su hermano Jean, quien se quedó a esperarle en Agadir para auxiliarle en caso de que lo necesitara. La expedición partió en septiembre de 1930 y Vieuchange pasó todo tipo de penalidades. Los guías intentaron venderle en varias ocasiones. Fueron atacados por bandidos. Llegó a vestirse de mujer despertando el deseo del jefe de una caravana que quedó fascinado por sus blancos tobillos. La obsesión del viajero pudo con la enfermedad, que le había debilitado terriblemente, llegando a hacer la última parte del viaje dentro de un cesto atado a un camello.

Al fin llegó a Smara el 7 de noviembre de 1930, tras más de un mes de viaje. Sólo pudo permanecer en la ciudad santa tres horas, los guías temían que los nómadas pudieran llegar a la ciudad en cualquier momento. Vieuchange dejó su huella en un frasco de cristal con una nota donde decía que había entrado en Smara formando parte de una expedición compuesta por él y su hermano Jean. Escondió el frasco bajo arena y piedras y abandonó para siempre la ciudad dormida.

La vuelta fue aún más penosa y peligrosa, a Michel no le quedaban fuerzas, enfermo como estaba de disentería, y seguía temiendo que sus guías le vendieran. Finalmente fue recogido por su hermano, quien le trasladó a Agadir. Su estado era tan grave que murió el 30 de noviembre, con 26 años.

Su hermano Jean publicó sus notas de viaje en varias revistas de la época bajo el título de “Ver Smara y morir”.

“... en la desnudez terrible del desierto sin vegetación, apenas a ochocientos metros, distinguí una ciudad como si fuera de cristal transparente. Ninguna muralla la ciñe, sólo el desierto que por todas partes la acomete”. Michel de Vieuchange, “Ver Smara y morir”.

Cuatro años más tarde tropas españolas ocupaban Smara y hallaron unos dibujos y el mensaje de los únicos ojos europeos que había visto Smara hasta entonces.

*Lecturas recomendadas:
-Estudios Saharianos, de Julio Caro Baroja. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid 1955
-Relatos del Sáhara Español, de Ramón Mayrata. Libros Clam. A. Gráficas, S.L. Madrid, 2001
-Encontrar Smara, de Angel Benito (La mili en el Sahara)


Fuentes:
*haz lo que debas
*POEMARIO POR UN SAHARA LIBRE

No hay comentarios: