sábado, 8 de diciembre de 2007

Sigue siendo nuestra responsabilidad...


Conferencia en la Universidad Autónoma de Madrid. 5 de diciembre de 2007 (curso “Construyendo una red de cooperación universitaria con el Sáhara para el desarrollo, la ayuda humanitaria y el fortalecimiento de la paz” V SEMANA DE LA SOLIDARIDAD EN LA UAM)

Ricardo Gómez

Ayer, (4/07/2007) los periódicos daban la noticia de que una veintena de escritores europeos y africanos denunciaba la cobardía de los políticos de la UE a la hora de dar una respuesta a los dramas de Darfur y Zimbabwe. En su declaración afirmaban: “Esperamos liderazgo y valentía de nuestros líderes. Cuando no lo hacen, nos dejan moralmente empobrecidos”.

Esta misma situación se podría extender a lo que ocurre con el Sáhara Occidental, el único territorio del continente pendiente de descolonización como resultas de los últimos coletazos de la dictadura española y del producto de una guerra colonial. Hoy, 32 años después de que el gobierno español de entonces huyera del territorio saharaui, dejando abandonados a sus habitantes y sin dar los pasos precisos para que la colonia española siguiese los trámites dictaminados en su día por la ONU, el litigio del Sáhara sigue siendo un tema pendiente en la agenda de los políticos de la UE.

A pesar de todos los equilibrios diplomáticos realizados por los sucesivos gobiernos españoles, que intentan no molestar a nuestro más inmediato vecino africano, las resoluciones de Naciones Unidas son claras desde hace más de treinta años: España sigue siendo responsable de la descolonización de lo que fueron sus antiguos territorios; el Sáhara Occidental sufre una invasión de un país extranjero que nunca ha tenido derechos históricos sobre ese territorio, y cerca de 200000 personas viven como refugiados en un desierto inhóspito, dejando aparte otros tantos que residen en los territorios ocupados y en muchos casos sufren represión. Solo el hecho de que este drama tenga lugar en África explica la duración y la irresolución de este conflicto.

Podemos callar, podemos olvidar. Podemos seguir haciendo nuestras cómodas vidas de europeos sin tener en cuenta lo que ocurre en Darfur, en Zimbawue, en el Sáhara. Sin embargo, nuestro silencio también es cobarde, tanto como el silencio de nuestros líderes. Podemos dormir tranquilos porque, después de todo, los refugiados saharauis no mueren de hambre, ni de disentería, ni de cólera, ni corren el riesgo cotidiano de que los niños mueran destrozados por una mina. Los refugiados saharauis no molestan. No mueren obscenamente ante las cámaras de televisión, ni tienen armas de destrucción masiva, ni representan un peligro para el equilibrio mundial. Son pocos, y poco peligrosos. Podemos olvidarnos de ellos, pero nuestro olvido también es cobarde y cómplice.

Hace casi cuatro años, tras la victoria socialista en las elecciones de 2004, muchos españoles vimos con satisfacción como el gobierno de Rodríguez Zapatero ordenaba la vuelta de los soldados destacados en Irak. Esperanzados por lo que creíamos una nueva época en las relaciones internacionales, donde el estado de derecho primara sobre el estado de los hechos, un grupo de escritores dirigimos una carta colectiva al Presidente del Gobierno reclamando que España adoptara el papel que le correspondía como potencia descolonizadora, instando a la ONU a organizar de una vez por todas un referéndum de autodeterminación. Aunque, en realidad, el asunto no comenzó exactamente ahí.

Poco antes de eso, en junio de 2004, cuarenta escritores españoles que habíamos publicado libros sobre el Sáhara nos dirigimos al actual Ministro de Cultura, antiguo Director del Instituto Cervantes, para reclamar de esta institución un papel activo en la difusión del español en los campamentos saharauis. Quienes hemos visitado los campamentos en alguna ocasión nos hemos sentido avergonzados al ver cómo las cartillas con que los niños y niñas saharauis aprenden castellano son impresas en un país nórdico, y no en España. Hemos visto con una mezcla de ternura y estupefacción cómo maestros y cooperantes revisan durante los veranos esas cartillas para colocar las tildes en las eñes y en las vocales que llevan acento ortográfico. Hemos visto cómo en las escuelas los cuadernos son escritos a lápiz y borrados una y otra vez, como si fueran antiguos palimpsestos, solo porque a los Ministerios de Exteriores y Cooperación, y al Ministerio de Educación, y al Ministerio de Cultura, se les olvida que entre la ayuda humanitaria deberían adjuntarse libros, y cuadernos, y lápices, y gomas de borrar, y no solo arroz.

Milagrosamente, nuestro idioma resiste en los campamentos saharauis, a pesar de tres décadas de desafección. El Sáhara Occidental es el único pueblo árabe que habla español, además de hassanía. Hace un par de semanas, en viaje a Alemania, un grupo de profesores alemanes y españoles mostraba su asombro e incredulidad cuando, hablando del Pueblo Saharaui, yo afirmaba de que el gobierno español dedica a la asistencia cultural y educativa al pueblo saharaui un total de… ¡cero euros anuales!

Hay que reconocer que el grupo de escritores que pusimos en marcha esa campaña fracasamos en la iniciativa, como habían fracasado otros que también lo intentaron antes que nosotros. El Instituto Cervantes no introdujo una línea en su agenda ni para abrir por supuesto un Centro Cervantes en los campamentos o los territorios ocupados, ni para canalizar la más mínima ayuda cultural. Fracasamos también cuando entregamos algunos de los primeros libros escritos en castellano por poetas y escritores saharauis. El Instituto Cervantes jamás pensó que esos libros, escritos por poetas árabes, procedentes del desierto más inhóspito del mundo, escritos en español, pudieran figurar en las estanterías de los Centros Cervantes de Marruecos, de Argel, de Beirut… y mucho menos en las aristocráticas sedes de Nueva York, Londres, Pekín o Tokio. Quizá se tema que lo saharaui estorbe, que lo africano manche.

Mientras realizábamos estas gestiones ante el Instituto Cervantes, recibíamos decenas de cartas de colegas y ciudadanos de a pie, apoyando nuestra iniciativa e instándonos a que nuestra solicitud tuviera más altos vuelos. Fue entonces cuando escribimos al Presidente del Gobierno, en una primera tanda de más de doscientas firmas, que sucesivamente se fueron ampliando hasta llegar a cerca de las quinientas, de cineastas, escritoras, actores y actrices, periodistas… Entre ellos figuraban nombres como los de José Saramago, Ryszard Kapuscinsky, Juan Genovés, Pilar Bardem, Javier Sádaba, Rosa Montero, Elías Querejeta, Eduardo Galeano, Ismael Serrano, Fernando Trueba, Benito Zambrano, Federico Mayor Zaragoza, Ana Rossetti, Belén Gopegui y un larguísmo etcétera… A estos nombres se sumaron cerca de diez mil ciudadanos más que se dirigieron a nosotros, cuyas firmas fueron entregadas también en el Palacio de la Moncloa. Fracasamos en la iniciativa. Jamás hubo ninguna declaración institucional acerca del problema saharaui y ni siquiera hubo una respuesta sobre una pregunta acuciante y que aún debería seguir intrigando a muchos analistas y ciudadanos: cuáles son las razones secretas por las cuales, y haciendo caso omiso de la legalidad internacional, países europeos como Francia o España desoyen los consejos para realizar un referéndum que dé lugar a una autodeterminación o a una integración definitiva en el país ocupante. O que los países de la UE se pronuncien acerca de los presos políticos saharauis que se pudren en las cárceles negras de las inmediaciones de El Aaiún. ¿Son razones económicas? ¿El miedo a la amenaza del terrorismo en suelo europeo? ¿Carece de importancia el problema porque, en definitiva, es un problema africano?

No nos importa haber fracasado. En la presentación a esta charla se ha hablado de “Escritores por el Sáhara”. Pero “Escritores por el Sáhara” no es un grupo organizado. No tenemos sede, no estamos adscritos a ningún partido político y jamás hemos pensado en pedir una subvención. No hay cabeza ni dirección. Quizá por eso no nos importe fracasar. Simplemente creemos que no podemos conformarnos con el silencio ni con la complicidad de las grandes potencias, que deciden qué problema es importante y cuál no en función de los intereses internacionales.

Quizá lo más relevante en nuestro haber es haber contribuido al nacimiento de la “Generación de la Amistad”, un grupo de escritores y poetas saharauis, hombres y mujeres que escriben en español y que ya ha publicado cerca de una decena de libros, en antologías y libros personales, publicados gracias al apoyo de personas e instituciones de toda índole. Todos se caracterizan por ser saharauis nacidos en el exilio del desierto, casi todos educados en Cuba y que sienten y piensan al mismo tiempo en hassanía y en español. Hablan de su tierra, de su infancia y de su patria perdida. Quizá por eso molestan, o no interesan.

Aunque parezca sorprendente, pero quizá no lo sea tanto, es que la Generación de la Amistad tampoco importa a las autoridades y representantes saharauis. Ni han apoyado la difusión de sus libros, ni han estado al tanto de las conferencias que estos escritores han dado por Europa y en América, ni han acudido a las numerosas presentaciones de sus libros en España. No les interesa la “Generación de la Amistad” porque tampoco están adscritos a ningún grupo de poder, ni son manipulables, ni tienen una pancarta o una sede. Estos escritores solo escriben, y ya se sabe que los escritores importan poco al poder, a no ser que estén dispuestos a acompañar sus banderas con pífanos y cantos. Sin duda, la indiferencia del poder es una buena señal y es precisamente por ello por lo que merecen nuestro apoyo.

Coetzee, Darío Fo, Wole Soyinka o Habermas también fracasarán en la carta que han dirigido a los gobernantes europeos y africanos, denunciando su cobardía a la hora de no dar prioridad a los problemas de Darfur o de Zimbabwe. Nadie tiene intención de resolver los problemas de África, porque es un continente que poco importa, y en ese sentido tampoco el Sáhara tiene relevancia. Pero sus voces tienen que elevarse como referente moral y porque están firmemente convencidos de que las palabras y las razones tienen más peso que los euros, las banderas o las balas. Su casi seguro fracaso es también el nuestro. Pero más grave aún que el fracaso es la indiferencia. Es cierto que el silencio de los gobernantes nos deja moralmente empobrecidos, pero el silencio de los llamados intelectuales, y el de los ciudadanos, es cómplice de la injusticia cuando no del genocidio.


En este curso participaron también Fernando Íñiguez, que trasladó las experiencia de estos años en el Festival de Cine del Sáhara; Pablo San Martín, profesor de Literatura Española en la Universidad de Leeds (¡en cuyos estudios sí se incluye la literatura saharaui en castellano!) y Carlos de Gredos, que trasladó sus experiencias sobre los Certámenes de Arte de Tifariti, entre otros.

Al final del acto, los poetas Limam Boicha y Bahia M.H. Awah recitaron algunos poemas saharauis, junto con alumnos y alumnas participantes. Del primero (autor de Los versos de la madera, Ed. Puentepalo) son los versos que aparecen a continuación:

UN BESO

Un beso,

solamente un beso,

separa

la boca de África

de los labios de Europa.

Fuentes:
*POEMARIO POR UN SAHARA LIBRE
*Ricardo Gómez

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